LA PROFESIONALIDAD DEL FORMADOR
Un aspecto básico al enfrentarnos al tema de la profesionalidad de los formadores es la formación de estos. Diferentes autores, desde diferentes perspectivas, han estudiado la profesionalidad, el profesionalismo y la profesionalización haciendo referencia a los profesionales de la formación.
Recurriendo a Wittorski (1998), encontramos las siguientes definiciones:
- Profesionalidad: Es el conjunto de competencias reconocidas socialmente y que caracterizan a una profesión.
- Profesionalismo: Es la eficacia en la puesta en marcha de la profesionalidad (en base a criterios fijados por una/la organización).
- Profesionalización: Es el proceso de producción de las competencias que caracterizan a una profesión.
Entonces, un profesional es aquél que sabe gestionar una situación profesional compleja y que, vinculado esto con la competencia, es capaz de demostrar su valía en un determinado contexto profesional (Le Boterf,1999)
La demostración del profesionalismo, es decir la demostración de la competencia, en definitiva, comprende lo siguiente:
• Saber proceder de manera pertinente en un contexto o situación determinada.
• Saber combinar recursos personales y del entorno, movilizándolos de la mejor manera posible, en un determinado contexto.
• Saber transferir sus recursos personales a las situaciones que el contexto requiere.
• Saber aprender de la experiencia y aprender a aprender.
•Saber comprometerse con su tarea y en la relación profesional con los demás.
Se conocen varias etapas en la profesionalización de los formadores (Gérard, 1999):
- Identificación de actividades y tareas específicas del sector.
- Sector económico propio.
- Reivindicación de la autonomía y del reconocimiento social.
- La disponibilidad de un corpus de conocimientos que puede transmitirse mediante acciones de formación.
- La ética profesional.
Las funciones ejercidas por profesionales de la formación son específicas, concretas y, en cierto modo delimitadas. No se puede obviar que, como profesionales, aunque nos enmarquemos en una familia profesional amplia (la de la educación), disponemos de funciones, tareas y competencias específicas.
Por otra parte, siendo el contexto de actuación delimitado (empresas, organizaciones de formación, etc.), estas actividades son aún más específicas.
El de la formación constituye un sector económico per se. Tanto los recursos financieros como el número de acciones realizadas y los agentes de la formación que en las mismas se implican, justifican la existencia de un profesionalismo específico. Un profesionalismo que puede incluso concretarse cuando lo observamos desde la formación en y para el trabajo; es decir la formación ocupacional.
En Europa, la reivindicación y el reconocimiento de estos profesionales puede constatarse con indicadores como:
- Las confederaciones sindicales disponen de secciones específicas de asalariados formadores.
- La existencia de asociaciones profesionales que defienden intereses colectivos.
- La distinción de diferentes roles o funciones que pueden atribuirse a estos profesionales.
- La existencia de redes no sólo a nivel nacional, sino también a nivel europeo e internacional.
Pero…
¿Hasta qué punto un formador goza de autonomía?
En innumerables ocasiones, los formadores asumimos gran parte de la responsabilidad del proceso formativo:
- Planificamos la formación.
- La desarrollamos
- La evalúamos.
- Innovamos e investigamos nuevas formas de enseñanza.
- Intervenimos en el contexto organizativo en el que la formación se lleva a cabo.
Sin embargo, otras veces, sólo desarrollamos un programa ya preestablecido. Lo hacemos, en la mayoría de las ocasiones, no porque no seamos un profesional, sino porque no se es un profesional de la formación, o consideran que no lo somos.... En general, suelen ser profesionales, ocasionales o eventuales, que se dedican a la formación, sin identificarse, generalmente, formadores desde un punto de vista profesional.
Muchos de estos formadores inician su actividad con un déficit claro en el dominio de los siguientes conocimientos:
- El cuerpo de conocimientos.
- El impacto de las nuevas tecnologías.
- La relación entre formación y puestos de trabajo.
- La calidad de la formación.
Estos conocimientos son demasiado parcelados y descontextualizados, se presenten en forma de “recetas”, pretendidas habilidades, para intervenir en situaciones de formación.
La profesionalización, que pasa por disponer de un código ético, cuenta con algunos problemas. Aunque existen reflexiones al respecto (Bergenhenegowen, 1996), no puede hablarse de un código deontológico claro y compartido por y para los profesionales de la formación.
El CEDEFOP está trabajando activamente en la profesionalización de los formadores. En este sentido, genera publicaciones, investigaciones, encuentros y otras acciones tanto a nivel europeo como a nivel nacional. La red de formación de formadores del CEDEFOP (TTNet) está desarrollándose en España bajo el auspicio del INEM. A nivel internacional, podemos destacar los trabajos de la ASTD (American Association of Training and Development) así como los trabajos que en América Latina desarrolla el CINTERFOR (OIT) en lo que se refiere a los profesionales de la formación.
Otra propuesta, complementaria a la anterior es la que nos ofrecen Nijhorf y De Rijk (1997) cuando distinguen cuatro estadios en el proceso de desarrollo de una profesión:
• Concentración de tareas. Etapa inicial en la que se delimitan las tareas, actividades, roles, funciones y competencias de una profesión que le servirán posteriormente al profesional. En esta etapa inicial, los profesionales que comparten un determinado campo ejercen tareas, actividades, funciones y competencias muy variadas y dispersas.
• Diferenciación respecto a otras profesiones. Etapa en la que los profesionales de un determinado campo buscan las diferencias entre otros profesionales con el fin de delimitar claramente la profesión que ejercen. Asimismo, los autores plantean que es en éste momento cuando surge la formación vinculada a la profesión.
• Estandarización de la profesión. Se refiere a las normas, más o menos extensas, en función de cada contexto, que delimitan a una profesión en lo que a funciones, competencias, campos de actividad se refiere.
• Proliferación de la profesión. La última etapa está representada por el papel que la profesión y, por extensión, sus profesionales, brindan a la sociedad.
Con relación a esta propuesta, se puede decir que los profesionales de la formación (incluyendo sus especialidades, como puede ser la formación continua) han cubierto el primer estadio, parcialmente el segundo y entramos de lleno, sobretodo en el contexto europeo, en la fase de estandarización. El reto pues, al decir de los citados autores y a nuestro entender está en la proliferación de la profesión; es decir, en el papel que como formadores podemos y debemos brindar a la sociedad, así como el reconocimiento que debemos lograr.
En síntesis y para dar contenido específico a lo planteado se puede concluir que:
- Las funciones de la formación son permeables.
Esto, por supuesto, dificulta la profesionalidad. En ocasiones, y para formadores de formación continua en la empresa, es habitual el traslado de las acciones de la formación a la producción. Muchos mandos intermedios o jefes de departamento asumen las tareas de la formación sin que estén debidamente preparados para ello. Así, el intrusismo profesional es un elemento a considerar cuando se ejerce la profesión sin disponer de una formación adecuada. Ello conlleva dos tendencias contrapuestas: la sobrevaloración de la formación por no considerar medidas no formativas o la infravaloración de la misma por no atender a unos niveles de calidad mínimos.
- El empleo de los formadores es, en la mayoría de los casos, precario.
Tanto si nos ubicamos en el terreno de la empresa como en el terreno de los organismos que proporcionan formación, nos encontramos con lo siguiente.
- Los formadores no se estabilizan.
Siendo poco viable y probable la construcción o desarrollo de una competencia colectiva y tendiéndose más hacia el desarrollo de la competencia individual. En las empresas, los formadores suelen cambiar muy a menudo de puesto de trabajo. Estos aspectos dificultan la profesionalización por la dependencia de estos profesionales del mercado. Además, el formador se encuentra entre un ejercicio profesional como asalariado de una empresa u organismo de formación o como un profesional liberal (por ejemplo, consultor) que no es trabajador sino proveedor de un cliente (por ejemplo, empresa u organismo de formación).
- Su propia formación.
Otro de los aspectos débiles de los formadores es el de su formación. Curiosamente, la formación de los formadores es fundamentalmente continua sin demandarse una formación inicial. Aunque esto no es una debilidad en sí misma, sí que deberá considerarse en los procesos de formación el elenco experiencial que estos profesionales aportan a los procesos formativos.
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